Por Alberto Arévalo
«A veces creo que el universo está conectado por hilos invisibles. Los que están destinados a cruzarse, siempre lo hacen, y cuando lo hacen, se produce un cambio en ambos»: Chieko Wataya (interpretada por Rinko Kikuchi), en Babel, la película de 2006 dirigida por el mexicano ganador del Oscar, Alejandro González Iñárritu.
Esta película, que es un gran ejercicio visual y muy reflexivo sobre la globalización, cuenta varias historias entrelazadas de personas en diferentes partes del mundo, incluyendo Marruecos, Japón, México y Estados Unidos desde la óptica de la interconexión global y cómo las decisiones y acciones de una persona pueden tener un impacto en la vida de otros en todo el mundo.
Entrando en materia, el sociólogo alemán Ulrich Beck define a la globalización “como un proceso que implica la creciente interconexión e interdependencia de los países y las personas de todo el mundo en términos económicos, políticos, culturales y sociales”, en gran medida impulsado por el avance de la tecnología y la comunicación. La globalización, coinciden estudiosos del tema es, en su forma más básica, el hecho de que la economía, la cultura, la política y la sociedad de un país están más estrechamente interconectadas con las de otras naciones. Hoy, como nunca antes.
Beck argumenta que la globalización ha transformado la naturaleza de la sociedad contemporánea, creando una nueva forma de sociedad que él llama «sociedad del riesgo global». Esta sociedad se caracteriza por la incertidumbre, la complejidad y la interdependencia, y está marcada por la presencia de riesgos globales como el cambio climático, la inestabilidad financiera, las pandemias y el terrorismo, entre varios temas a los que se le agregarían en nuestros días las diásporas migratorias y la ciberseguridad.
¿Cuáles serían las ventajas de la Globalización a groso modo?
En primer término, una mayor interconexión y acceso a la información en todo el mundo (según Thomas Friedman, autor de «La Tierra es plana»); en segundo lugar, las oportunidades de crecimiento económico y desarrollo para países en vías de desarrollo (según Jagdish Bhagwati, economista y autor de «En defensa de la globalización»); y un tercer factor, entre muchos otros, una mayor eficiencia en la producción y reducción de costos a través de la especialización y la competencia (según Richard Baldwin, economista y autor de «La globalización en tiempos de crisis»).
Sin embargo, está la otra cara de la moneda, es que la globalización ha generado un crecimiento en la desigualdad económica y la brecha entre ricos y pobres (según Joseph Stiglitz, economista y autor de «Globalización y sus descontentos»); en este mismo tenor, la pérdida de empleos y salarios más bajos en algunos sectores debido a la competencia global (según Noam Chomsky, activista y autor de «El beneficio es lo que cuenta»); aunado a amenazas ambientales y riesgos para la salud pública debido al aumento del comercio y la circulación de bienes (según Vandana Shiva, activista y autora de «Soberanía alimentaria: hacia una democracia local»).
Una vez interiorizados los conceptos, es importante analizar de manera práctica la globalización como un modelo dominante occidental, instrumentado por los organismos supranacionales, quienes han establecido lineamientos y condicionamientos a países para que exista esta interrelación económica, social y de mercado.
Un modelo institucional que se ha extendido en gran medida por el desarrollo tecnológico, de las comunicaciones y de los de medios de comunicación tradicionales en un principio y posteriormente a través de las redes sociales, con alcances que en estos momentos no podemos delimitar o conocer porque se encuentran en proceso.
De esta manera, desde el lado positivo podemos ver que las formas de comunicación masivas, que ahora no llamaría necesariamente medios, como los conocimos apenas hace una década, han contribuido a la globalización a través de la difusión de la cultura y las ideas a nivel mundial, permitiendo que las personas de diferentes partes del orbe se informen y aprendan sobre diferentes culturas y formas de vida.
También, han ayudado a crear una conciencia global sobre temas importantes, como el cambio climático y los derechos humanos, al cubrir noticias y eventos en todo el planeta a una gran velocidad, aunado a que los medios de comunicación han permitido a las personas conectarse y colaborar facilitando la cooperación en áreas como la investigación científica y la ayuda humanitaria.
Ahora bien, los medios y formas de comunicación masiva han perpetuado una visión occidentalizada del mundo e ignorado o minimizado la diversidad cultural y las perspectivas no occidentales.
Los grandes consorcios de comunicación y ahora las redes sociales de mayor alcance como Facebook, Twiter, Tik tok, entre otras, están concentrados en manos de unas pocas empresas a nivel mundial que han llevado a una homogeneización de los contenidos y una falta de diversidad en la información disponible. Hay mucho sí, pero las tendencias son las mismas, los algoritmos van finalmente hacia la misma visión y la orientación de contenidos termina por ser maniquea y atiende a interés económicos o de poder.
Para finalizar resaltaría la tesis del politólogo británico Jan Aart Scholte quien en los fundamentos de su libro «Globalization: A Critical Introduction», sostiene que la comunicación es el factor clave en la creación y mantenimiento de la globalización. Así es y seguirá siendo, por un hecho simple e irrefutable, el alcance de la comunicación en nuestros días no tiene límites, ni territoriales, ni de contenidos.