Algunas versiones, estas fiestas marcaban respectivamente el inicio y el fin de los festejos en honor a aquellos que habían muerto en la guerra o en memoria de mujeres que murieron en el parto. Sin embargo, otras apuntan que Miccailhuitontli era una fiesta en la que se recordaba a los niños pequeños; mientras que Huey Miccaihuitl se realizaba para rememorar a los difuntos adultos.
Se estima que estas fiestas anuales se realizaban hacia el otoño, por lo que, tras la llegada de los conquistadores españoles y el inicio de la conquista espiritual, los evangelizadores utilizaron a su favor la coincidencia de estas fechas con las de la realización de la fiesta de Todos los Santos y la fiesta de los Fieles Difuntos.
Tomaron ventaja de estas cercanías para impulsar el sincretismo religioso y facilitar la conversión al catolicismo.
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Por ello, la fiesta cristiana en honor a los muertos en nuestro país no se conoce comúnmente con sus nombres en el calendario litúrgico, sino que el 1 de noviembre es dedicado a los muertos pequeños, pues su festejo se remonta al Miccailhuitontli; a la vez que el 2 de noviembre se acostumbra a recordar a los difuntos adultos, pues halla su raíz en el Huey Miccaihuitl.
Según explica Johansson, con el paso del tiempo el culto de los pueblos nahuas prehispánicos hacia los muertos (el cual se encontraba prohibido por los religiosos europeos) y las fiestas cristianas se fundieron poco a poco hasta generar la tradición del Día de Muertos tal y como la conocemos actualmente.