El repentino derrocamiento de Bashar al Assad, apoyado por años por Rusia, y su salida de Siria como «exiliado político» en Moscú sorprendieron al Kremlin. Según un comunicado de la cancillería rusa, Al Assad renunció tras negociaciones con actores del conflicto, cediendo el poder para facilitar una transición pacífica.
Rusia, que no participó directamente en las negociaciones, instó a las facciones sirias a evitar la violencia y seguir un diálogo político basado en la resolución 2254 de la ONU. Sin embargo, la caída del régimen Al Assad plantea interrogantes sobre el futuro de las bases militares rusas en Hmeimim y Tartus, esenciales para su estrategia en el Mediterráneo.
Leer más… Casi 300 mil personas dejan sus hogares en Siria debido a la guerra
El general retirado Andrei Kartapolov y otros legisladores rusos han reafirmado la capacidad de Moscú para proteger sus intereses en Siria, pese a la incertidumbre. Imágenes satelitales recientes muestran actividad en Latakia, mientras que buques rusos abandonaron Tartus en lo que se calificó como ejercicios en el Mediterráneo.
La salida de Al Assad no solo afecta la imagen del Kremlin como aliado, sino que también podría compararse con el bochornoso retiro soviético de Alemania del Este. Críticos señalan que la situación en Siria se asemeja al «Afganistán» de Putin, marcando un retroceso estratégico en la región y cuestionando la sostenibilidad de su influencia militar en Medio Oriente.