Un grupo multidisciplinario de científicos de la UNAM analiza cómo ocurre el complejo proceso en el que el cerebro percibe el arte visual y pasa de captar una imagen a tener una representación interna que incluye emociones.
Francisco Fernández de Miguel, investigador del Instituto de Fisiología Celular (IFC) y del Centro de Ciencias de la Complejidad (C3) de la UNAM, realizó pruebas en laboratorio y con asistentes humanos a una exposición de arte prehispánico para constatar, por ejemplo, cómo el color en la representación de un mural define emociones y destaca la belleza o la violencia en una misma obra.
“Para percibir una imagen en nuestro cerebro hay dos etapas: la primera se basa en el mecanismo esencial de nuestra visión; la segunda se basa en la manera en la que percibimos, o sea, que le damos un sentido interno a la imagen, generamos una comprensión, una emotividad, una interpretación de ella”, comentó el doctor en neurociencias.
Para la primera etapa utilizamos el ojo, con la retina y las conexiones que llevan la imagen a nuestro cerebro visual, que está en la corteza occipital (ubicada en la parte trasera de la cabeza, así que estas conexiones cruzan el cerebro). “Ahí comienza el procesamiento de la imagen y se empieza a propagar el mecanismo de la percepción, que es la conversión de la visión al entendimiento y la interpretación de la imagen”, señaló.
Los avances de las neurociencias en los últimos 50 años han permitido comprender a detalle las bases neurológicas de la visión. Muchos de estos avances han sido posibles gracias a la investigación en animales que permiten estudiar regiones específicas del cerebro, incluso al nivel de una célula.
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El proceso visual comienza cuando la luz pasa a través del cristalino hacia la retina, una delgada capa de células neuronales muy especializadas ubicadas al fondo del ojo. Ahí la luz estimula a células fotoreceptoras, llamadas conos y bastones, que transducen las características de la luz en señales eléctricas.
El investigador detalló que los conos se dividen en tres tipos dependiendo de los pigmentos que contienen y que les permiten absorber la luz. Cada tipo de pigmento absorbe luz en un rango diferente en el espectro visible.
De esta forma, un tipo de cono responde mejor a longitudes de onda corta (la región del espectro que corresponde al azul), un segundo tipo responde a ondas de longitud media (luz verde) y el tercer tipo responde a longitudes de onda mayores (luz roja). Además, otro tipo de células fotorreceptoras, los bastones, tienen un pigmento que detecta luz verde-amarilla, generando la visión monocromática característica de la noche.
Justamente esta gama de colores (azul, verde, rojo y amarillo) la utilizó Fernández de Miguel a partir de dos obras prehispánicas, que son los murales de Cacaxtla y la diosa verde de Tetixtla, las cuales fueron observadas por asistentes para experimento del investigador.
En la exposición Fernández de Miguel constató cómo el cambio de color en el fondo del mural de la batalla en Cacaxtla propicia una interpretación distinta, destacando la belleza sobre la violencia que normalmente domina a la percepción del mural.
Aunque en el complejo mecanismo neurológico de la visión la aportación de los colores es universal entre los humanos y no hay diferencias significativas, en la percepción también participan factores culturales, que aportan y matizan lo que captan personas de diferentes latitudes, señaló el experto.
Para estudiar de manera integral el complejo proceso de la percepción visual del arte, Fernández de Miguel trabaja desde las neurociencias con artistas plásticos, antropólogos, neurobiólogos, psicólogos, físicos, matemáticos e ingenieros que complementan estos estudios para profundizar en la percepción.