Por: Dr. Luis A. Barroso (*)
Hace algunos años, Barack Obama señalaba con asombro la rapidez con la que lo absurdo podía normalizarse. En aquel entonces, lo decía refiriéndose al ascenso político de Donald Trump. Hoy, esa reflexión cobra una nueva dimensión. Vivimos en una era donde lo insólito no solo sucede, sino que se acepta, se comparte y, a menudo, se celebra.
En el escenario global, hemos visto cómo una guerra a gran escala vuelve a estallar en Europa con la invasión rusa a Ucrania, y cómo, ante ella, muchas naciones reaccionan con lentitud o indiferencia, como si se tratara de un capítulo más en el ciclo de noticias. Hemos atestiguado cómo un grupo extremista toma nuevamente el control de Afganistán, desdibujando décadas de esfuerzo internacional, como si se tratara de una serie cancelada sin final.
En otros frentes, la inteligencia artificial generativa ha irrumpido con tal fuerza que ya es capaz de escribir discursos, crear imágenes falsas o incluso replicar voces humanas, generando un nuevo tipo de amenaza: no saber si lo que vemos, leemos o escuchamos es real. El concepto de verdad, que ya venía debilitado por la posverdad y la desinformación, se tambalea aún más ante esta revolución tecnológica que llegó sin pausa, sin reglamento y sin control ético claro.
Mientras tanto, el planeta se incendia —literalmente— con olas de calor históricas, incendios forestales incontrolables y ciudades que se quedan sin agua. Y sin embargo, todavía hay quienes niegan la crisis climática o deciden postergarla, como si no fuera con ellos.
En México, las elecciones más recientes también nos han dejado preguntas difíciles. Se han elegido figuras con escasa experiencia, trayectorias polémicas o discursos que rayan en lo delirante. El fenómeno no es nuevo, pero sí se ha intensificado. La línea entre la indignación y la apatía se ha desdibujado. A veces da la impresión de que votamos más por hartazgo que por esperanza. Y en esa búsqueda de «algo diferente», ¿no estaremos aceptando demasiado? ¿Estamos construyendo una democracia o solamente turnando el caos?
Los extremos políticos ya no se definen por “izquierda” o “derecha”, sino por narrativas emocionales, por influencers y algoritmos. Las coaliciones son contradictorias, las posturas son difusas y la coherencia es una rareza. En este entorno, los liderazgos no se ganan con propuestas, sino con likes, escándalos y frases virales.
¿Es este el tipo de participación que fortalece la democracia? ¿O estamos cayendo en el espejismo de una sociedad informada cuando en realidad estamos más distraídos que nunca?
Quizá la frase de Malraux (adaptada de Maistre) sigue vigente: «los pueblos tienen los gobiernos que se les parecen». Pero eso no la hace menos inquietante. La normalización de lo absurdo no ocurre de golpe, sino poco a poco, hasta que un día despertamos y ya no nos sorprende nada. Y entonces, cuando todo parece posible, también todo puede ser permitido.
(*) El Doctor Luis A. Barroso es Director General de Extensión, Difusión y Vinculación de la UDLAP
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